Mario Vargas Llosa
Elogio de la lectura y la ficción
Discurso Premio Nobel de Literatura
7 diciembre de 2010
José María Camacho Rojo
“La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño”. Septiembre. Octubre, octubre (José Luis Sampredo), 1974. Universidad Laboral de Córdoba. Sí. La lectura, los juegos de y con las palabras. Por fortuna, allí, en la Laboral, estaban los libros, las palabras. Y aprendí, leyendo. Aprendí que “vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer”. Aprendí también que “igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida”. Y aprendí que “la buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan”, porque “la literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez”.
Y aprendí también, en Córdoba, en mi senequista Córdoba, supe, conocí el sentido de la palabra libertad y que “no debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización”. Amo a Córdoba, a mi Corduba romana. Sí. Romana. Y mora y judía. Córdoba, palimpsesto de culturas. Y amo a Moral de Calatrava, mi pueblo, la ciudad en la que nací. En la Mancha, en el campo de Calatrava. Sí, al lado, muy cerca, el castillo de la orden. El amor al lugar en que uno nació “no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a los padres e hijos, a los amigos entre sí”.
Mi mejor amigo, desde la más tierna infancia, Juan Trujillo Cano, creó en el año 2002 la primera página web de Moral de Calatrava (www.elmoraldecalatrava.com), nuestro pueblo. Soy moraleño de nacimiento. Y de Calatrava. Y manchego. Y español. No sé. Pero, eso sí, al menos, me siento parte de “los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, [nos] trajeron a Grecia, Roma, la tradición judeo-cristiana, el Renacimiento”.
Y, desde la Laboral de Córdoba, visité París. Julio, 1975. París. Y Barcelona, “la capital cultural de España”, cosmopolita, universal. Sencillamente: universal.
Y en Córdoba también, la muerte, el fin de una dictadura. Y la transición: “la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos […] Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz”. Ahora bien: no debemos confundir el nacionalismo y “su rechazo del otro, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños”, porque “la patria no son las banderas ni los himnos […], sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos”. La patria. O mejor, la matria.
Poco después de aquel año cambió mi vida. Empecé a escribir: “y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfesable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad […] Desde entonces […], en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo ha sido la luz que señala la salida del túnel. Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda […], siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación”. Pero nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los días leyendo, escribiendo, siempre jugando con mis queridas, benditas, palabras. Porque, en definitiva, “escribir es una manera de vivir” (Flaubert). Y así…, hasta hoy.
(“Mario [José María], para lo único que tú sirves es para escribir”.)