sábado, 20 de agosto de 2011

Donde habite la palabra. Al margen (2)

UMBRÍO POR TU PENA
Al margen de Miguel Hernández



Para ANTONIO BRAVO CÉLIZ


Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.
Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.
Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.
No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y de cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!

MIGUEL HERNÁNDEZ



Umbrío por tu pena, casi bruno,
porque la pena llega cuando estalla,
donde tú no te hallas no se halla
hombre más apenado que ninguno.

Pena con pena y pena desayuno,
pena es mi paz y pena mi batalla.
Como tú te hallas, no se halla
hombre más apenado que ninguno.

Pero no podrá con la pena tu persona,
inundada de amigos y de abrazos.
No hay que penar para morirse uno.

…..

Porque tú naciste para la libertad,
Antonio.
Para la libertad has sangrado,
y luchas y pervives.
Para la libertad.

…..

Y sí, Antonio.
Tal vez, como Miguel,
llegas con tres heridas.
La del amor.
La de la muerte también.
Pero, sobre todo,
la de la vida.

…..

Con tres heridas llegas,
                               la de la vida,
                               la del amor,
                               la de la muerte.

Con tres heridas tú,
                               la de la vida,
                               la de la muerte,
                               la del amor.


JOSÉ MARÍA CAMACHO ROJO

Donde habite la palabra. Al margen (1)

LUNA CON ANA EN ABEN HUMEYA
Al margen de Federico García Lorca



Mirando a la luna
yo así le decía:
lejos de Granada,
yo me moriría.

Carlos Cano



A Ana Lupión Vázquez


I

Aben.
Y Humeya.

Que no me mires,
que no te vea.

Deja ya tu hechizo
para los niños
en las escuelas.

Que no me mires.
Que no te vea.

Los caballos
en el fondo.
Unas potras.
Y las yeguas.

Que esta noche no.
Que ahora no tienes niebla.

¡Ea!, ¡ea!, ¡ea!
Mi niña duerme en la era.

Noche que noche,
nochera.

II



¿Quién te hizo?

La paz que a todos transmites
de dónde la conseguiste.

Los geranios, a tus pies.

Y, como siempre,
orgullosa,
a todos te nos ocultas.

Tú.
Eterna,
inmaculadamente hermosa.



III


Tus torres.

Tu piedra.

Roja que roja,
rojera.

Tu anillo.
Mi dedo.

No puedo llevarte al Darro.

Y tampoco eres mozuela.

Y, aunque tuvieras marido,
nunca te llevaría al río.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Teorema de la angustia inseparable

Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Este es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises […]
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.
Federico García Lorca

          ¡Que no desfallece!
Es la inseparable angustia que no desfallece,
que nunca desfallece.
Hoy no sé por qué escribo.
          La tierra está sangrando
          la angustia que los tiempos han sembrado
          y el cielo vive sólo de sus dioses ancestrales.
No sé si es la vida o la muerte quien me llama;
si son sueños de sombras los cuerpos que caminan;
si es la vida o la voz,
ahogada en su lamento…
No.
Es sólo la inseparable angustia que nunca desfallece.

          ¡Que no desfallece!

                              I
La vida, cristal de lágrimas sin límites, germen
de harapientos niños de plástico sin juegos
nacidos entre cuervos de números y orugas
que aceptan sonrientes la muerte que les brindan
como manjar metálico de momias sin sepulcro,
que extienden su breve mano
ante un ciclón inmenso hambriento de vencidos,
ante un desprendimiento de huesos milenarios,
caudal airado de embravecida sangre.

* La primera versión de este poema obtuvo el Primer premio de poesía (categoría universitaria) en el V
Certamen Nacional Literario de Universidades Laborales. Alcalá de Henares, mayo de 1977.


La angustia.
La terrible,
la inseparable angustia,
carcoma silenciosa de muerte prolongada,
ensordecedor océano de noches sin estrellas.

                              II
Pregunto por esos que condenan la infancia.
Por aquellos que comercian con niños;
por los que se ríen de la inocencia,
por los que programan máquinas;
por los que taladran rocas y desvían ríos,
por los que surcan los espacios,
por los que sólo viven de computar los muertos.

Pregunto por esos que aplauden y sonríen.


                              III

Pregunto
por la pena negra,
por la reseca herida rociada con el llanto;
por el tumulto de grasas y cenizas
que, encendiendo rencores, apaga las gargantas.

Sé que la voz no sirve ya de nada,
pero es justo que el hombre, en su agonía,
denuncie, si quiere, la intocable técnica sagrada,
reniegue del progreso
y maldiga la máquina.

Hoy no sé siquiera por qué escribo.

No sé si es la mortal angustia quien me llama;
no sé si son sueños o sombras los seres que caminan;
no sé si es la voz,
ahogada en su lamento…

No.

Mas, aunque la vida no sea noble, ni buena, ni sagrada,
aunque, a falta de vivir, vamos muriendo,
quiero entender al hombre
y dar mi canto al viento por ser hombre.