lunes, 31 de enero de 2011

Donde habite la palabra. Lecturas (1)

     Permitidme, entrañables laborales, compañeros, amigos, dar comienzo a esta sección, titulada Donde habite la palabra. Lecturas, que nuestro incansable Juan Antonio Olmo ha tenido la gentileza de encomendarme, con un reconocido, sentido y emocionado recuerdo para Mario Vargas Llosa (Arequipa [Perú], 1936), premio Nobel de Literatura en el pasado año 2010, premio Cervantes (1994) y premio Príncipe de Asturias de las Letras (1986), entre otros.

     Es mi propósito que las primeras entregas de esta sección sean unas breves acotaciones de algunos procedimientos narrativos y de las actitudes sentimentales que habitualmente comportan (Ángel González), una antología de textos y comentarios que, tomando como punto de partida informaciones relativas al mundo de las letras, nos sirvan para rememorar escenas de nuestros estudios, de nuestro trabajo, de nuestra vida en suma, en la siempre recordada Universidad Laboral de Córdoba. Con motivo de la reciente concesión del Nobel de Literatura (Elogio de la lectura y la ficción, 7 de diciembre de 2010), me ha parecido oportuno evocar, por las remembranzas que nos pueda traer a algunos la vida en la Laboral, el relato breve titulado Los cachorros (1967), escrito entre la conclusión de La casa verde y el inicio de Conversación en la catedral. Narra las peripecias vitales de Pichula Cuéllar, un muchacho, perteneciente al mundo de la sociedad limeña, castrado por un perro; gran parte de la historia transcurre en el Colegio Champagnat. Con esta novela corta Vargas Llosa logra una verdadera obra maestra de técnica narrativa: “la reconstrucción de la realidad a través de otra realidad puramente verbal”. Repárese en el hecho de que el narrador se incluye en la historia, lo que hace que asistamos a una narración coral, en estilo indirecto libre, en una jerga de colegiales, con abundantes onomatopeyas y otros recursos expresivos (“Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos […]; (¿tú te bañarías?, después del match, ahora no, brrr qué frío) […]; guau, pero ese día, guau guau, cuando Judas se apareció en la puerta de los camarines, guau guau guau […]”). A continuación reproduzco el texto elegido, el comienzo del relato.

     “Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos aprendiendo a correr olas […] Y eran traviesos, lampiños, curiosos, muy ágiles, voraces […].
Las clases de Primaria terminaban a las cuatro, a las cuatro y diez el Hermano Lucio hacía romper filas y a las cuatro y cuarto ellos estaban en la cancha de fútbol […] Y Cuéllar sacaba su puñalito y chas chas lo soñaba, deslonjaba y enterrabaaaaauuuu, mirando al cielo, uuuuuuaaauuuu, las dos manos en la boca, auauauauauuuuu: ¿qué tal gritaba Tarzán? Jugaban apenas hasta las cinco pues a esa hora salía la Media y a nosotros los grandes nos corrían de la cancha a las buenas o a las malas. Las lenguas afuera, sacudiéndonos y sudando recogían libros, sacos y corbatas y salíamos […].
Pero Cuéllar, que era terco y se moría por jugar en el equipo, se entrenó tanto en el verano que al año siguiente se ganó el puesto de interior izquierda en la selección de la clase: mens sana in corpore sano, decía el Hermano Agustín, ¿ya veíamos?, se puede ser buen deportista y aplicado en los estudios, que siguiéramos su ejemplo. ¿Cómo has hecho?, le decía Lalo, ¿de dónde esa cintura, esos pases, esa codicia de pelota, esos tiros al ángulo? Y él: lo había entrenado su primo el Chispas y su padre lo llevaba al Estadio todos los domingos y ahí, viendo a los craks, les aprendían los trucos ¿captábamos? […].

     En julio, para el Campeonato Interaños, el Hermano Agustín autorizó al equipo de « Cuarto A » a entrenarse dos veces por semana, los lunes y los viernes, a la hora de Dibujo y Música. Después del segundo recreo, cuando el patio quedaba vacío, mojadito por la garúa, lustrado como un chimpún nuevecito, los once seleccionados bajaban a la cancha, nos cambiábamos el uniforme y, con zapatos de fútbol y buzos negros, salían de los camarines en fila india, a paso gimnástico, encabezados por Lalo, el capitán. En todas las ventanas de las aulas aparecían caras envidiosas que espiaban sus carreras, había un vientecito frío que arrugaba las aguas de la piscina (¿tu te bañarías?, después del match, ahora no, brrr qué frío), sus saques, y movía las copas de los eucaliptos y ficus del Parque que asomaban sobre el muro amarillo del Colegio, sus penales y la mañana se iba volando: entrenamos regio, decía Cuéllar, bestial, ganaremos. Una hora después el Hermano Lucio tocaba el silbato y, mientras se desaguaban las aulas y los años formaban en el patio, los seleccionados nos vestíamos para ir sus casas a almorzar. Pero Cuéllar se demoraba porque […] se metía siempre a la ducha después de los entrenamientos. A veces ellos se duchaban también, guau, pero ese día, guau guau, cuando Judas se apareció en la puerta de los camarines, guau guau guau, sólo Lalo y Cuéllar se estaban bañando: guau guau guau guau […] Lalo chilló se escapó mira hermano y alcanzó a cerrar la puertecita de la ducha en el hocico mismo del danés. Ahí, encogido, losetas blancas, azulejos y chorritos de agua, temblando, oyó los ladridos de Judas, el llanto de Cuéllar, sus gritos, y oyó aullidos, saltos, choques, resbalones y después sólo ladridos […] Dios mío […], largo largo, la desesperación de los Hermanos, su terrible susto. Abrió la puerta y ya se lo llevaban, cargado, lo vio apenas entre las sotanas negras, ¿desmayado?, sí […], sí y sangrando, hermano, palabra, qué horrible: el baño entero era purita sangre”.

sábado, 8 de enero de 2011

Retrato

Breve presentación autobiográfica y poética (I)

[En Almería, 7 de enero de 2011]

     Saludos cordiales, mis queridos laborales, entrañables siempre, siempre presentes en la memoria (¡ay!, la memoria, ese regalo que los dioses, mis helénicos dioses, hicieron a los hombres; preciado don, pero, también, como los dioses, caprichosa, juguetona y, en ocasiones, traicionera. La memoria, en cualquier caso, selectiva siempre, tan libre, tan independiente, tan ajena, a veces, a nuestros deseos. Ya sabéis: el tiempo, ese que nos acompaña y fluye y pasa irreparablemente [Heráclito de Éfeso]). Unas breves palabras para vosotros, los que personalmente me conocéis y los que no. Para todos vosotros.
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Nos bañamos y no nos bañamos en los mismos ríos...
(Heráclito de Efeso)

* * * * *

Te vi en Cazorla nacer…
(Antonio Machado)


     Laboral por vocación y convicción, y por naturaleza. Laboral por educación, porque el azar y los dioses así lo dispusieron. Laboral por libertad y esfuerzo y estudio.

     De nacimiento (23 de noviembre de 1958), castellano, manchego, de Moral de Calatrava [www.elmoraldecalatrava.com], en el campo de Calatrava. El que da nombre a la orden.
     También por vocación, profesor. Desde el 1 de enero de 1983, en la Universidad de Granada. Profesor de las poéticas que, desde mi tierna infancia (Antonio Machado), me cautivaron: literatura, filosofía y arte. Helénicos.


A continuación, tres textos, tres. No míos, pero míos: mi autobiografía, pero en palabras de tres de mis queridos y siempre presentes maestros en todo. Por si gustáis de su lectura. Vale ( Miguel de Cervantes).


1. MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Macha, II, XI:

     No entendían los cabreros aquella jerigonza de escuderos y de caballeros andantes, y no hacían otra cosa que comer y callar y mirar a sus huéspedes, que con mucho donaire y gana embaulaban tasajo como el puño. Acabado el servicio de carne, tendieron sobre las zaleas gran cantidad de bellotas avellanadas, y juntamente pusieron un medio queso, más duro que si fuera hecho de argamasa. No estaba, en esto, ocioso el cuerno, porque andaba a la redonda tan a menudo, ya lleno, ya vacío, como arcaduz de noria, que con facilidad vació un zaque de dos que estaban de manifiesto. Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de bellotas en la mano y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones:
—Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a los que los antiguos pusieron el nombre de dorados. Y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque los que en ella vivían ignoraban esas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre [; que ella sin ser forzada ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra, y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen , sino de algunas hojas verdes de lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas como van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma simple y sencillamente, del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar ni quién fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señera, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propria voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta; porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien agradezco el gasaje y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi escudero. Que aunque por ley natural están todos los que viven obligados a favorecer a los caballeros andantes, todavía, por saber que sin saber vosotros esta obligación me acogistes y regalastes, es razón que, con la voluntad a mí posible, os agradezca la vuestra.






2. ANTONIO MACHADO, Campos de Castilla [“Retrato”]

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. 
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.



3. KONSTANTÍNOS KAVÁFIS, Ítaca (trad. J. M. Camacho Rojo)

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Posidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Posidón no podrán encontrarte
si tú nos llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que muchos sean los días de verano
que arribar te vean con gozo, con alegría,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano y ámbar,
y placenteros perfumes de mil tipos.
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender. Pero aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
será mejor que dure muchos años,
y que llegues, viejo ya, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.

No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ella, jamás habrías partido,
Mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y, si pobre la encuentras, Ítaca no te ha engañado.
Siendo ya tan viejo, con experiencia tanta,
Sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.



* * * * *

...hoy en Sanlúcar morir
(Antonio Machado)

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… somos y no somos.
(Heráclito de Éfeso)


José María Camacho Rojo