miércoles, 17 de agosto de 2011

Teorema de la angustia inseparable

Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Este es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises […]
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.
Federico García Lorca

          ¡Que no desfallece!
Es la inseparable angustia que no desfallece,
que nunca desfallece.
Hoy no sé por qué escribo.
          La tierra está sangrando
          la angustia que los tiempos han sembrado
          y el cielo vive sólo de sus dioses ancestrales.
No sé si es la vida o la muerte quien me llama;
si son sueños de sombras los cuerpos que caminan;
si es la vida o la voz,
ahogada en su lamento…
No.
Es sólo la inseparable angustia que nunca desfallece.

          ¡Que no desfallece!

                              I
La vida, cristal de lágrimas sin límites, germen
de harapientos niños de plástico sin juegos
nacidos entre cuervos de números y orugas
que aceptan sonrientes la muerte que les brindan
como manjar metálico de momias sin sepulcro,
que extienden su breve mano
ante un ciclón inmenso hambriento de vencidos,
ante un desprendimiento de huesos milenarios,
caudal airado de embravecida sangre.

* La primera versión de este poema obtuvo el Primer premio de poesía (categoría universitaria) en el V
Certamen Nacional Literario de Universidades Laborales. Alcalá de Henares, mayo de 1977.


La angustia.
La terrible,
la inseparable angustia,
carcoma silenciosa de muerte prolongada,
ensordecedor océano de noches sin estrellas.

                              II
Pregunto por esos que condenan la infancia.
Por aquellos que comercian con niños;
por los que se ríen de la inocencia,
por los que programan máquinas;
por los que taladran rocas y desvían ríos,
por los que surcan los espacios,
por los que sólo viven de computar los muertos.

Pregunto por esos que aplauden y sonríen.


                              III

Pregunto
por la pena negra,
por la reseca herida rociada con el llanto;
por el tumulto de grasas y cenizas
que, encendiendo rencores, apaga las gargantas.

Sé que la voz no sirve ya de nada,
pero es justo que el hombre, en su agonía,
denuncie, si quiere, la intocable técnica sagrada,
reniegue del progreso
y maldiga la máquina.

Hoy no sé siquiera por qué escribo.

No sé si es la mortal angustia quien me llama;
no sé si son sueños o sombras los seres que caminan;
no sé si es la voz,
ahogada en su lamento…

No.

Mas, aunque la vida no sea noble, ni buena, ni sagrada,
aunque, a falta de vivir, vamos muriendo,
quiero entender al hombre
y dar mi canto al viento por ser hombre.

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